Una de las costumbres que tienen los perros que más nos molestan son los ladridos. Cuando un perro es muy ladrador, alguna gente se plantea usar un collar antiladridos. Te contamos qué son y cómo funcionan.
Qué es un collar antiladridos
Un collar antiladridos es un tipo de collar que lleva incorporado un dispositivo que se acciona cuando detecta actividad en la garganta del perro. Este dispositivo envía al animal estímulos desagradables para evitar que ladre: los más comunes son de descargas eléctricas, pero también los hay de ultrasonidos, vibración o spray.
Lo que buscan estos collares es castigar al perro cuando ladra, para intentar que deje de hacerlo. Se pretende es que el perro relacione emitir sonidos con la garganta con un estímulo desagrable: para evitar este estímulo, no hará sonidos.
Esta es la teoría que hay detrás de estos collares. Sin embargo, pasa por alto que hay muchas causas diferentes para los ladridos, y no todos son voluntarios. El ladrido es un elemento en la comunicación, pero hay muchos tipos de ladridos diferentes. Los ladridos de origen emocional, por ejemplo, no pueden evitarse.
Consecuencias físicas de usar un collar antiladridos
Hay muchos tipos de collares antiladridos, y todos tienen consecuencias para la salud de los perros. Este tipo de aparatos se sitúan en la garganta del animal, que es una de las partes más delicadas de su cuerpo: en la garganta se sitúan glándulas secretoras de hormonas, entre ellas la tiroides. Además de estar ramificados, algunos de los nervios más importantes del cuerpo conectan directamente con la médula espinal; por lo tanto, con el resto del cuerpo y con el cerebro.
La mayor parte de estos collares son eléctricos. Es decir, envían una corriente eléctrica a través del cuello –y, por lo tanto, de los nervios principales del cuerpo– cada vez que detectan una vibración en el cuello. Los fabricantes aseguran que es un voltaje muy bajo: para que el castigo sea efectivo, ha de hacerse daño, por muy leve que este sea.
Cualquier tensión o dolor en el cuello tiene consecuencias en el resto del cuerpo, ya que se reparte por la médula espinal: las descargas eléctricas provocan contracciones de músculos, contracturas, problemas neuronales, taquicardias… Alteran el funcionamiento normal del sistema linfático, del sistema circulatorio y pueden afectar al metabolismo, ya que está en contacto directo con la tiroides.
Los collares que emiten ultrasonidos afectan al oído y pueden provocar la aparición acúfenos, que es una condición muy difícil de diagnosticar en animales. Afectan al equilibrio y la orientación. además de provocar dolor físico y un profundo malestar.
Los dispositivos que rocían aerosol lo hacen directamente sobre las fosas nasales de los perros. El olfato es el sentido más importante en estos animales, y aplicarle productos tan agresivos como la citronella puede provocarle pérdidas de sensibilidad o dañarle las glándulas odoríferas. Provocan dolor, incapacidad de comunicarse mediante el olfato, picores, y pueden dañar las mucosas (resecan o provocan mucosidad excesiva).
Alterar el olfato de un perro es el mayor daño que se le podría hacer: es su manera de conocer el mundo y relacionarse con otros perros. El olfato es imprescindible para su bienestar físico y mental.
Se ha demostrado que el uso de estos aparatos provoca estrés de una manera continuada en los perros: con el estrés se elevan los niveles de cortisol en sangre. El cortisol provoca mal humor, incapacidad para descansar, irritabilidad, problemas digestivos (vómitos o diarreas sin causa aparente) y, entre muchas otras cosas, un estado emocional más elevado, lo que lleva a un peor autocontrol y, por lo tanto, un peor comportamiento.
Consecuencias psicológicas de usar un collar antiladridos
Pero estos collares no solamente tienen consecuencias físicas, también psicológicas. El uso de castigos continuados en perros no solamente no funciona, sino que agrava sus problemas de comportamiento originales.
Los collares antiladridos, eléctricos o de cualquier otro tipo, emiten un estimulo desagradable cuando el perro va a emplear la garganta. El perro no sabe de dónde proviene el estímulo negativo: está en su cuello y no lo puede ver.
Además, este puede activarse por más razones que ladrar: ladridos que no llegan a sonar, resoplidos o gruñidos o un error accionando el mando también hacen que el aparato se active. De esta manera, el perro no puede prever el estímulo negativo, pero tampoco sabe qué lo causa.
Todo esto se traduce en miedos, inseguridad y estrés. Los perros estresados tienen peor comportamiento que los relajados, por lo que con el collar solo se está empeorando el problema original o creando problemas nuevos. La inseguridad crea perros con respuestas imprevisibles y desconocidas.
El miedo en perros es la principal causa de agresividad y, por lo tanto, ataques y mordeduras. Ante un estímulo desagradable que puede ser evitado, los perros prefieren huir. Sin embargo, como no saben qué les está provocando dolor y malestar, solo pueden enfrentarse a lo que se encuentran para intentar hacer que desaparezca.
Los daños psicológicos que provoca el uso de collares eléctricos, como inseguridad, miedo, agresividad, además de todas las malas relaciones que aprenda mientras dure su entrenamiento, pueden ser irreversibles o tener un tratamiento muy costososo y difícil. Puede sufrir secuelas de por vida.
Por lo tanto, ¿cuándo usar un collar antiladridos?
A pesar de todas las prestaciones tecnológicas ofrecidas por los fabricantes, tales como diferencia de potencia, impermeabilidad, rango de distancia del mando… Ninguno de los collares antiladridos es capaz de distinguir qué origina los ladridos para poder evitarlos.
Hay muchos tipos de ladridos diferentes. Algunos son aprendidos; les hemos enseñado a los perros que haciéndolos obtienen una recompensa, pero otros son emocionales –por estrés, por dolor, por alegría– que no son voluntarios y, por lo tanto, no los hace el perro a propósito.
En el primer caso, un collar antiladridos no funcionaría, ya que si no se conoce la causa no podemos dejar de ofrecerle al perro su recompensa; esta puede ser conseguir comida, enfadar al perro del balcón de enfrente o simplemente obtener nuestra atención en forma de “¡calla!”.
En el segundo caso, el collar tampoco funcionaría, porque el perro no puede decidir dejar de ladrar: solo cambiando la emoción se eliminaría su comportamiento. Los comportamientos emocionales son involuntarios, de la misma manera que, si los humanos nos echamos a llorar, por mucho que nos castiguen, no somos capaces de parar. Solo dejamos de llorar si estamos tristes: solo dejará de ladrar cuando cambie su estado emocional.
La única manera de controlar los ladridos de un perro es decubrir la raíz y eliminar su motivación. Un collar antiladridos no está diseñado para cumplir este fin, por lo que nunca son una solución para este problema. Además, su uso puede traer consecuencias que afecten al perro el resto de su vida.