Pequeñas, preciosas y cada vez más escasas, las ranas arlequín son un género de anuros procedentes de los entornos naturales sur y centroamericanos. A pesar de que gozan de una importancia cultural significativa, muchas especies de rana arlequín están desapareciendo del planeta.
En este espacio, te hablaremos sobre un tipo de rana arlequín en concreto, la llamada arlequín variable (Atelopus varius). La mayoría de las poblaciones de este animal han desaparecido, pero aún podría existir esperanza para esta especie. Si quieres aprender más sobre el hábitat, las características principales y la problemática de conservación de esta especie, ¡sigue leyendo!
Hábitat de la rana arlequín
Originalmente, el rango de distribución conocido para Atelopus varius correspondía a las cordilleras montañosas que recorren Costa Rica y Panamá, en América Central. Estos anfibios aparecían tanto en la vertiente atlántica como en la pacífica de estas montañas, pero hoy en día es imposible encontrarlos en la mayoría de su territorio primigenio.
En 2008, la rana arlequín había desaparecido de la práctica totalidad de su rango costarricense, a excepción de dos únicas localidades. Tras ello, han vuelto a encontrarse algunos individuos en 9 pequeños puntos. Las poblaciones panameñas también se han extinguido de gran parte de su distribución anterior. Hoy en día, solo aparecen en 6 localidades cercanas al centro del país.
Estos anuros son principalmente terrestres. Habitan en bosques tropicales húmedos, tanto de tierras bajas como de montaña. Pueden encontrarse desde 16 hasta 2000 metros de altitud sobre el nivel del mar. En estos ecosistemas, las ranas están asociadas a arroyos rocosos de aguas rápidas.
Las ranas arlequín son lentas y diurnas. Durante el día, se encuentran en los márgenes de los arroyos o sobre las rocas. Por la noche, se refugian entre las grietas o bajo la vegetación.
Características físicas
Las ranas arlequín, que también reciben el nombre de “ranas payaso” o “ranas pintadas” son muy pequeñas. Los machos son menores que las hembras, con una longitud corporal de 2,5 a 4 centímetros. Las hembras, por otra parte, alcanzan entre 3 y 6 centímetros de porte total.
Junto con este tamaño, las proporciones y la coloración de la rana arlequín le proporcionan su aspecto icónico. Estos anfibios son delgados y huesudos, con un cuerpo relativamente rectangular. Las 4 patas son muy finas y largas y la cabeza es pequeña y puntiaguda, con dos grandes ojos redondos y saltones.
La coloración es muy variable, como puede adivinarse por el nombre del animal. Se compone de dos partes principales: la primera es un color llamativo, que puede ser desde naranja a amarillo o verde, así como sus combinaciones. La segunda tonalidad consiste en una serie de marcas negras o marrones oscuras.
Estas marcas también son muy diferentes entre individuos. En algunos, solo suponen una serie de puntos que ocupan una porción minúscula de la superficie corporal. En otros, las marcas forman una serie de manchas sólidas de color que ocupan casi todo el cuerpo.
Por supuesto, muchos ejemplares se encuentran ente estos dos casos. Además, la garganta y el vientre pueden aparecer rojo brillante y la ingle suele presentarse también con tonalidades verdes o azul verdosas.
Los colores llamativos de esta especie no son casualidad. A. varius contiene compuestos venenosos como el bufadienólido y la tetrodotoxina en la piel. Estas sustancias sirven como defensa contra los depredadores, mientras que la coloración es una clara señal de advertencia de toxicidad para posibles atacantes. Se trata de un ejemplo claro de aposematismo.
Estado de conservación de la rana arlequín
La situación de esta especie, como ocurre con otros integrantes del género Atelopus y muchas otras especies de anfibios, es francamente mala. Entre las décadas de 1980 y 1990, su población total se redujo en un 80 %. Desde este punto hasta el presente, se calcula que la población restante podría haber perdido otro 80 % de sus integrantes. Veamos algunos de los desencadenantes.
Quitridiomicosis
Detrás de la desaparición masiva de esta especie —que antes era bastante común— se encuentra el hongo quitridio Batrachochytrium dendrobatidis. Este microorganismo de naturaleza fúngica produce una enfermedad cutánea en los anfibios que recibe el nombre de quitridiomicosis.
Distribuido por todo el mundo a causa de los humanos, el quitridio se ha convertido en un asesino letal. Este parásito es responsable de eliminar a incontables anfibios y extinguir especies enteras, en una auténtica pandemia que continúa expandiéndose en la actualidad. Se estima que, hasta ahora, el quitridio ha sido desencadenante directo de la desaparición de 200 especies de anfibios.
El hongo ataca, coloniza, se desarrolla y se alimenta en la piel húmeda de los anfibios. Para otros animales esto no sería un problema tan grave, pero las ranas y los sapos utilizan la piel para funciones imprescindibles de su vida. Mediante el tejido externo, son capaces de respirar, absorber agua y mantener el equilibrio osmótico.
En consecuencia, la mayoría de ranas, sapos, salamandras o tritones afectados por esta enfermedad terminan muriendo rápidamente. Además, el hongo es altamente contagioso, lo que contribuye a la gravedad de la pandemia, que se ha descrito como el peor patógeno de la historia.
Otras amenazas
A parte de la quitridiomicosis, otros sospechosos habituales han contribuido al declive de la rana arlequín. Uno de ellos es la destrucción de sus hábitats boscosos por parte de las industrias agrícola, eléctrica y minera. La introducción de especies invasoras también ha tenido un efecto negativo, así como la captura de ejemplares para el tráfico ilegal de mascotas exóticas.
Con base en todas estas evidencias, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha clasificado a A. varius como “En Peligro Crítico de Extinción”, el nivel más grave de amenaza.
Una luz al final del túnel
La situación de esta especie sigue siendo extremadamente delicada, pero un estudio reciente arroja cierta esperanza sobre su futuro. Voyles y colaboradores indican que algunas de las poblaciones destruidas por el hongo podrían haber desarrollado resistencia a la enfermedad y están empezando a recuperarse lentamente.
No obstante, los esfuerzos de conservación insensivos y duraderos son muy necesarios a día de hoy para salvar a esta especie de la extinción. Nosotros hemos provocado esta situación y está en nuestras manos remediarla.
Bibliografía
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